Cuando el dinero de un país deja de ser la representación de la riqueza de sus ciudadanos, porque la inflación la está erosionando, lo lógico es buscar información para saber qué hacer. Indagar en la historia de otras sociedades en busca de experiencias similares. Al repasar la bibliografía económica se descubre una carencia concreta de la época, ha ignorado el aspecto humano, han pasado por alto el poder de la inflación como motor de destrucción de la sociedad.

Las cifras de Alemania en la etapa de Weimar, cuando un millardo significaba mil millones, cuando un billón era todavía un millón de millones, cuando se acuñó el término billiard para indicar mil veces más y un trillón era 1.000.000 al cubo. Me parece que adaptar estas palabras a su uso más moderno, en el que un billón sólo lleva nueve ceros y un trillón apenas doce, habría contribuido a lo que en los años veinte se llamó «el delirio de millones».

La angustia de la inflación se parece a un dolor agudo; exige atención completa mientras dura y se ignora o se olvida cuando desaparece. Sin embargo, los terribles efectos de la inflación en ese período fuera del contexto de subversión política de nacionalistas y comunistas, de las disputas con Francia, del problema de las reparaciones de guerra, o de que el pasado impero Austro-húngaro sufría hiperinflaciones similares, no se conocen hasta que se padecen. El pueblo alemán fue su víctima, padecieron la deriva de Rudolf Havenstein banquero de Hitler. La batalla lo dejó conmocionado por la inflación; nadie entendía cómo había sucedido, ni quién les había vencido. Las ranas dentro del agua hirviendo habían fenecido.

 

Un billón 1.000.000.000.000 de marcos alemanes

En 1923 se podía cambiar una lira o un franco por un billón de marcos alemanes, aunque nadie estaba dispuesto a aceptar la moneda; el marco había muerto, reducido a la millón millonésima parte. Durante casi diez años la caída de la divisa se produjo lentamente. Durante la guerra de 1914 a 1918, el valor quedó reducido a la mitad; en 1919 ya había perdido un 50 %. En 1920 en Alemania el coste de la vida había subido nueve veces en relación a 1914, sólo le quedaba una pequeña parte de su poder adquisitivo en el exterior. Más tarde el desplome dejó una estela de desgracias sociales y conflictos políticos. Llegó un momento donde no pudo aguantar más y se desplomó hacia el abismo. En 1923 la inflación fue galopante, una especie de locura asaltó a las autoridades financieras alemanas y el desastre económico afectó a millones de personas. La economía de subsistencia se vio reducida a mero intercambio, donde se podía conseguir un entrada de cine por algo de carbón, o una botella de parafina por una falda de seda. Fue el fracaso de la Europa de ese momento, incapaz de comprender sus actos y las consecuencias de la destrucción de la Clase Media. Lo que aceleró el ascenso de gobiernos autoritarios revestidos como sociales, sólo en propaganda y apariencia.

En la memoria colectiva de los alemanes, hasta hace muy poco, permanecía el control estricto de la inflación como elemento transcendental de seguridad y riqueza. El Banco Central Europeo no ha podido sostener este argumento con sensatez. El default de miles de personas, dejó a millones en la ruina y acabó con la esperanza de muchos, cobrándose un precio terrible que el mundo entero no supo pagar.